Letra de Corazón de montaña

Mariano Osorio

Letra de Corazón de montaña de Mariano Osorio
Busca letras de canciones, artistas y radios de diferentes paises y ciudades.

Letra de CORAZóN DE MONTAñA de MARIANO OSORIO.

( Mariano Osorio )

Habí­a una vez un niño muy chiquito
que era la burla de todos sus compañeros de la escuela
a causa de su pequeña estatura.
Su nombre era Manuel.
Cuando todos salí­an al recreo a jugar con la pelota,
nadie querí­a jugar con él; cuando jugaban a las escondidillas,
nadie lo querí­a buscar; cuando alguien cumplí­a años,
nunca lo invitaban: y cuando él cumplí­a años, nadie iba a su fiesta.

La vida de Manuel era muy solitaria y triste.
Todas las noches, antes de acostarse,
hací­a oración y le decí­a a Dios:

Papito Dios, yo sé que Tíº eres muy bueno
porque me lo ha dicho mi mamá,
pero no entiendo por qué si tanto me quieres,
me hiciste tan chiquito de modo que mis amigos se burlan de mí­.
¡Cómo quisiera ser tan alto como una montaña
para que todos me respeten y me quieran.
¿Algíºn dí­a me vas a hacer crecer tan alto como una montaña?

Y esperaba por unos minutos, arrodillado al lado de su cama
para ver si Dios le contestaba.
Nunca habí­a escuchado la respuesta de Dios pero,
aíºn así­, volví­a a preguntarle cada noche lo mismo.

Esta bien, papito Dios. No tienes que contestarme ahora,
si quieres, mañana me respondes.
Y Manuel se dormí­a profundamente.

Un dí­a, mientras todos los niños
jugaban a la pelota en el jardí­n de la escuela,
se escuchó el grito de uno de ellos.
Todos se paralizaron y buscaron el origen de aquél grito.
Nadie sabí­a quién habí­a gritado
y no se veí­a a ningíºn niño asustado o llorando.
De pronto, se escuchó nuevamente el grito desesperado de un niño,
sólo que ahora sí­ sabí­an de dónde provení­a el lamento.
A unos cuantos metros de ahí­
habí­a unas pequeñas zanjas que fueron abiertas
para instalar unas tuberí­as para transportar el agua y,
por lo visto, alguien habí­a caí­do en una de ellas.

Todas se agolparon a la orilla de la zanjas
pero no podí­an ver al interior,
sólo podí­an escuchar el llanto del niño que habí­a caí­do en el pozo.
Era un chiquillo que acababa de entrar a la escuela
y apenas tení­a cuatro años de edad.
Iníºtilmente, profesores
y jóvenes de secundaria intentaron sacar al niño.
Eran muy grandes y no cabí­an en el orificio de la zanja.

Entre los niños que se habí­an juntado para presenciar el accidente
se encontraba nuestro amigo de baja estatura.
í‰l veí­a todo el revuelo y la conmoción pero, sobre todo,
escuchaba el llanto del chiquito que estaba atrapado
en el fondo de la zanja
y que suplicaba que lo sacaran rápido de allí­.

Se abrió paso a base de empujones y llegó hasta el frente.
Luego, con voz temblorosa, dijo:
Yo puedo entrar, Nadie lo escuchó,
todos gritaban llenos de impaciencia y nerviosismo.
Yo puedo entrar!, gritó Manuel, y el silencio invadió el ambiente.
Todos voltearon a verlo
y reconocieron que Manuel era la íºnica solución.

Manuel se metió a la zanja y consoló al pequeño,
después lo tomó por la cintura y lo elevó hasta sus hombros.
El niño logró salir con unos cuatro rasguños y moretones.

Cuando Manuel salió, una muchedumbre lo vitoreaba y coreaba su nombre.
Uno de sus compañeros de clase se acercó a él y le dijo,
mientras le daba unas palmaditas en la espalda:
Manuel, eres pequeño de estatura pero lo que hiciste hoy
nos demuestra a todos
que tienes el corazón del tamaño de una montaña.

Manuel elevó sus ojos al cielo y sonrió agradeciendo.
Sabí­a que tarde o temprano me ibas a contestar,
dijo con alegrí­a y entró al salón de clases con sus nuevos amigos.